
La denominación de «Complutum»parece venir del verbo latino «compluere» que significa confluir o del término «compluo» (confluencia de aguas). El nombre sería bastante apropiado puesto que la población primitiva se encontraría en la «confluencia» de los ríos ….
Los pueblos vacíos (Ion Antolín Llorente, ATENEO de Palencia)
«La hierba alta y el adobe derrotado. Ventanas que dejan pasar el viento sin oponer resistencia, y jambas que ya no sujetan puertas. Las calles desiertas con ecos lejanos de niños y animales, la plaza desolada que albergaba el mercado. Periódicos con fechas lejanas en el tiempo ejercen de alfombras en suelos de casas huérfanas. Hogares otrora dulces al calor del fuego, yacen inertes y desvalijados por el tiempo y los desalmados. La tierra llora la ausencia de manos que la trabajen. Las cuadras añoran a los pastores y sus particulares sonidos. Todo es lamento en medio del terrible silencio. En la patria del vacío.
De vez en cuando, al calor de estío, llegan visitantes a lomos de bicicletas. Jóvenes como los que antaño hacían del pueblo un bastión contra los vecinos de al lado. Riñas y honores ofendidos eran pan nuestro de cada día en la Tierra de Campos, en la vieja Castilla. Los recién llegados, veraneantes con la piel quemada que delata su origen urbano, siguen llevándose en los zurrones la memoria del lugar. Los pocos recuerdos que sujetan los endebles tabiques y las maletas que no verán más viajes. Los rezos que ya no serán en la destartalada iglesia. Cuando se marchen, y vuelva el invierno, las heladas seguirán tirando abajo paredes y más tejas caerán de sus atalayas. El olvido es más eficiente amparado en la niebla y el frío.
La última lucha es para no desaparecer de los mapas. Para que al menos los cazadores de recuerdos encuentren un filón cada vez menos boyante y satisfagan así sus inquietudes de urbanitas arqueólogos. Seguir en el mapa es un hilo de vida. Un testimonio de lo que fue. Es mantener el frente de batalla contra el abandono. La esperanza de que vuelvan las bicicletas.
La despoblación es el problema más grave al que se enfrenta nuestra tierra. Su terrible avance cobra especial relevancia en pueblos como el que describo, que visitaba de niño junto a mis amigos de Villalón de Campos. Las cifras son la constatación científica de esos sentimientos que te sobrecogen al pasear por lugares en los que no cuesta imaginarse como fue la vida antaño. Podemos hacer más, y debemos hacerlo para luchar contra este enemigo terrible que pretende condenar a las próximas generaciones al exilio. Puede que todavía estemos a tiempo».
Yo sí tengo pueblo (Santiago Zurita, ATENEO de Palencia)
«¡Yo sí tengo pueblo! ¿Es tan importante?
¡Yo sí tengo ciudad! Jamás lo he oído. Acaso se trate de una reivindicación de aquellos que ven el mundo rural desplomarse y no desean resignarse a quedarse sin él, a ver cómo la urbe se lo traga todo y absorbe hasta el alma de los recuerdos. Es obvio que el pueblo tiene algo especial, además de iglesia y ayuntamiento. Tiene conciencia, valores, tribu o al menos así lo vivimos, una base sólida mejor o peor cimentada sobre la que sustenta el ser humano y crece a partir de ahí de forma finita o infinita, y eso le hace especial. ¿Tiene alma? Yo creo que sí. Sin embargo, algunos nacidos en aldeas, pueblos o villas rehúyen de su origen porque les recuerda a miseria, a jornadas duras, interminables para llevarse un plato no muy variado a la boca. Pero otros lo recuerdan como una etapa única, la niñez llena de niños y libertad; la adolescencia tardía o inexistente; los primeros despertares que la vida nos regala en el clamor del silencio; las luciérnagas escondidas atrapadas en su luz; el techo resplandeciente sobre la era con olor a mies; el lugar donde el abuelo y la abuela se sentían mejor, hicieran a pesar de la dura jornada.
Pero la mayoría de los que retornamos de vez en cuando, ¿qué buscamos? Algo diferente a la ciudad: paz, el huerto, criar vino. Otros sencillamente quedan en la bodeguita del amigo o en la suya, o se van al bosque donde hubiere, o salen al amanecer o antes del anochecer en bicicleta, o se sientan en el bar a charlar de lo que se tercie. Además se aprovecha para ver a aquellos que crecieron contigo, que estudiaron o jugaron a tu lado. Luego, en el silencio de la noche o del amanecer, sin aquellos rebaños que antes poblaban estos lugares, algunos como yo recorren sus calles para sentirse de nuevo de pueblo sin serlo, porque ya no hay nada casi tuyo del presente, tan solo el recuerdo y la sonrisa de los que nunca se movieron de tu ayer».
